En la década 1970 el Banco Mundial presentó al gobierno mexicano un proyecto para sembrar palma de aceite en su territorio. Tras varios intentos de implementar este cultivo, en el año 2000, con la llegada de un grupo de agroindustriales al gabinete presidencial, se utilizaron préstamos del Banco Mundial, la cooperación internacional y dineros del Estado para promover que miles de campesinos y ganaderos convirtieran sus tierras agrícolas y de pastoreo en desiertos de palma de aceite. Hasta 2023 dicho monocultivo superaba las 130 mil hectáreas.
A través de testimonios y análisis especializados, Las Cadenas de la Palma expone la estructura de una agroindustria impulsada por diferentes gobiernos y controlada por pocas empresas que determinan precios, ritmos de compra y el destino económico de miles de familias a las que han ido sustituyendo poco a poco para instalar sus propias plantaciones, replicando una estructura que ya ha sucedido en el sureste asiático, en África y en otros países de América Latina.
La palma de aceite tiene su origen en África occidental y central, especialmente en países como Nigeria, Ghana, Camerún, Costa de Marfil y la República Democrática del Congo. Pero fue hasta el siglo XX como parte del proceso de expansión colonial y capitalista que se desarolló su cultivo a gran escala en Indonesia y Malasia donde se concentran el 80% de los plantíos con fines comerciales.
En México ha sido sembrada, principalmente, en la zona de la costa de Chiapas, pero actualmente la zona de mayor expansión se encuentra en un corredor que une el sur de la región de los Tuxtlas, en Veracruz, con la región de Palenque en Chiapas y atraviesa Tabasco, hasta llegar al estado de Campeche, a 50km de la frontera con Guatemala. Justo en esa región limítrofe es donde inicia el cinturón palmero de Centro América y que se extiende hasta pasar el departamento de Colón, en Honduras.
Durante los recorridos para grabar este documental, por sembradíos de palma en Tabasco, Chiapas y Campeche, documentamos plantíos viejos, plantaciones de sobrevivencia, donde algunos sacan lo que pueden, palmas abandonadas por lo costoso que es mover la fruta, pero también productores en bonanza y, sobre todo, plantaciones nuevas, tecnificadas. Esas últimas son propiedad de los grupos agroindustriales dueños de las plantas extractoras de aceite, quienes poco a poco han ido desplazando al campesinado que asumió los riesgos de emprender, hace 25 años este proyecto, y a quienes ahora les tocará pagar las facturas.
Fue el Estado
En Campeche visitamos a Bermunda Bautista, una de las pioneras de la siembra de palma en el estado. Su casa tiene las paredes de cemento, pero la mayoría del techo es de lámina. Una parte del piso todavía es de tierra, la misma, que a diez metros de la puerta parece tragarse la carretera pavimentada, que termina ahí, donde inicia la yerba, la cual poco a poco va creciendo junto con el bullicio de las aves, los insectos y decenas de animales que habitan esa selva, interrumpida, por los plantíos de palma de aceite, donde solo hay silencio.
Y es que las raíces de la planta forman un tejido que compacta el suelo e impide sembrar cultivos intermedios o incluso que el agua de lluvia alimente los mantos freáticos, todo lo absorbe, agua, nutrientes, hasta el ruido de las aves y los insectos. «No se pueden ni meter vacas porque maltratan las raíces de las palmas» me dice Fidelino Lorenzo un campesino que abandonó el cultivo y que conocí a bordo de una camioneta pickup, que en esas zonas acondicionan como transporte público para recorrer las largas carreteras que unen pequeñas poblaciones.
De sus 70 años, Munda le ha dedicado 24 a la palma africana, un monocultivo cuyos frutos son una fuente rica en aceite que solo se extrae de manera industrial y se le vende a otras industrias, por ejemplo, en México el 92% lo usa la industria agroalimentaria, por ejemplo: botanas, galletas, chocolates, lácteos –incluyendo fórmulas para bebés– y casi cualquier cosa que contenga «aceite vegetal», algo que ha llevado a organizaciones en varios países a promover un etiquetado claro que distinga entre los diferentes aceites vegetales del mercado. El 7% se destina a agrocombustibles mientras que el 1% va destinado a la industria química, en productos como jabones, champús y detergentes.

«¿Quiere hablar de la palma? Nada más pregunte, yo lo sé todo» me dice Munda mientras carga un ventilador de pie que coloca a nuestro lado en la sala. Acá no hay aires acondicionados como en las oficinas de los grandes industriales de la palma. Junto con un grupo de mujeres, Muna fue parte de la Unión de Palmicultores del Milenio (UPM), una organización campesina que construyó una de las 21 plantas extractoras, en México y la única que quebró, según los informes de la UPM por «inviabilidad del proyecto», algo difícil de creer en un país donde tan solo en 2023 el cultivo tuvo un valor de producción superior a los tres mil millones de pesos (US$177,740,758 ).
— ¿Antes de empezar a sembrarla alguna vez habías visto una palmera de aceite o al menos los frutos? — le pregunto a nuestra anfitriona.
— No, ni las conocía, eso fue así nomás que nos pusieron unos videos, no sé si de Poza Rica o de Costa Rica ¿Cuál es el país?
Eso fue en 2001, cuando un grupo de empresarios neoliberales de derecha llegaron al poder. El recién nombrado presidente había sido gerente de Coca-Cola en el país. Al frente de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (SAGARPA) designó a Javier Usabiaga, agroindustrial conocido como el «Rey del Ajo», mientras que en la Secretaría de Medio Ambiente designó a Alberto Cárdenas, ex gobernador de Jalisco y empresario ganadero.
Los «agrónomos» de la entonces Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Semarnat) recorrieron las zonas que consideraban viables en México para la siembra de la palma africana para convencer a los agricultores de sembrarla a ciegas. Eso fue antes de que existiera infraestructura para su extracción y sin que supieran nada del cultivo, solo con la promesa de que en tres años estarían cosechando un cultivo muy rentable. Así convencieron, tan solo en el 2001 a 19,674 productores .
Aurelio Pérez Pérez, fue uno de ellos, «queríamos ver cómo era la planta, sembré hectárea y media. Nada más. Poquito.» Al final el precio que pagaban por los frutos fue muy poco y no había caminos, así que además de pagar trabajadores que cargaran a las espaldas los racimos de fruta con espinas de hasta 40 kilos y luego juntarse con otros para subirlos a un camión de carga que los llevara hasta la planta extractora. «Y no nos alcanzaba ya, así nos quedábamos poquito», comenta.
Además después de 10 o 15 años las palmeras crecen tan alto que es difícil cortarla y aunque puede vivir hasta los 80 años a los 25 termina su vida útil para la industria. Del ejido donde vive Aurelio muchos abandonaron el cultivo y solo algunos cuyos terrenos estaban al pie de carretera logra la bonanza prometida.

Este es el primer documental producido por Comestible.info y ha sido financiada en su totalidad por la Bertha Foundation como parte del Bertha Challenge 2025. El documental recoge las voces de palmicultores de Chiapas, Campeche y Tabasco, así como de personas de la academia, la sociedad civil, funcionarias públicas y de organismos internacionales para ofrecer un retrato crítico y directo de cómo la industria y los gobiernos de México han encadenado, a quienes sembraron palma, a un mercado sobre el que no tienen ningún control.

Bertha Fellow 2025. Periodista, corresponsal y editor especializado en América Latina. Ha colaborado con más de 40 medios en 25 países. Tiene un master en Estudios Internacionales. Se ha desempeñado como consultor de comunicación política para ONGs y organismos internacionales. Premio de periodismo Rostros de la Discriminación, 2022. Becario Balboa 2007. Director fundador de Comestible.info
Video periodista freelance basada en Ciudad de Mexico, con más de una década de experiencia en agencias internacionales. Ha sido finalista del One World Media en 2022 con el reportaje “I just want a bone” sobre el drama de los desaparecidos en México y su lucha por la justicia. También fue galardonada con el Premio Teobaldo que otorga la Asociación de la Prensa de Navarra, España, en 2022.
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Paula Vilella
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