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PERIODISMO Y ANÁLISIS CRÍTICO SOBRE ALIMENTACIÓN

Plátano: Economía Comestible

Trabajador clasificando plátano
En su más reciente libro titulado Economía Comestible el economista del desarrollo, Ha-Joon Chang, desmitifica el lenguaje engañoso del libre mercado y de la economía clásica, usando para ello la historia de diversos alimentos. Aquí compartimos el capítulo sobre el plátano con autorización de Penguin Random House.
Tiempo de lectura: 13 minutos

Sándwich Elvis, versión de la familia Chang (receta estadounidense)
Pan tostado untado con mantequilla de cacahuete y rodajas de plátano, rociado con miel.

Hay muchos platos que llevan el nombre de la persona que (supuestamente) los inventó —como el cerdo Dongpo, la ensalada César o los nachos—1 o de las personas para las que (supuestamente) fueron inventados y a las que se les dedicó —como el solomillo Wellington, la pizza Margherita o el melocotón Melba—.2
Pero hay uno que lleva el nombre de alguien a quien tan solo le gustaba: el sándwich Elvis, o simplemente el Elvis, es un sándwich de plátano y mantequilla de cacahuete (muchas veces, aunque no necesariamente, con beicon, otras con miel o jalea)3 que le encantaba a Elvis Presley, el legendario cantante de rock and roll estadounidense, o el Rey para muchas personas. Al parecer lo comía a todas horas, tanto que la gente lo acabó llamando como él.
En esto coincido con el Rey. El sándwich de mantequilla de cacahuete y plátano, ligeramente rociado con miel, es uno de los desayunos favoritos de mi mujer, y a menudo me uno al festín. La combinación del sabor dulce y cremoso del plátano con el sabor a fruto seco y ligeramente salado de la mantequilla de cacahuete es simplemente irresistible
Reconozco que no es muy común consumir el plátano como relleno de un sándwich. La gente lo utiliza para elaborar «productos dulces» (como el pan o la magdalena de plátano) o para postres (como los banana split estadounidenses o los banoffee pie británicos), pero la forma predominante de comerlo es sencillamente como lo que es, igual que la manzana o la fresa (al fin y al cabo es una fruta, ¿no?), ya sea «solo» o como acompañante de los cereales del desayuno, de un yogur o de un helado.
Pero ese es el caso de quienes viven en países que no producen plátanos. Se calcula que el 85% de estas frutas se consumen en los lugares en los que se producen: el sur y el sudeste de Asia, África, Sudamérica y el Caribe. Obviamente, en esas regiones los plátanos se consumen como fruta, pero muchas veces también se usan como el aporte de carbohidratos de una comida (hervidos, al vapor, fritos, a la parrilla, al horno, etc.) o como verdura en platos salados (sobre todo en el sur de la India). Y no solo se usa el llamado «plátano de cocina», también conocido como «plátano macho». Lo mismo ocurre con la variedad más dulce o «plátano de postre» (que es lo que la gente ajena a las regiones productoras conoce como «plátano», ya que el 95 % de los plátanos comercializados internacionalmente son de postre),4 lo que no sorprende porque ambos tipos son distintos cultivos de la misma especie y la gente de muchas regiones productoras a menudo no distingue entre ellos. En muchos países africanos también se elabora cerveza con plátanos y en las zonas rurales de países como Uganda, Ruanda y Camerún puede suponer hasta el 25% de la ingesta diaria de calorías.

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Bananas Fruits” por Ryan McGuire/ CC0 1.0

El plátano es originario del sudeste asiático. Se calcula que se comenzó a cultivar hace varios miles de años. En el proceso de domesticación, en el que se fueron seleccionando las variedades sin semillas para que aumentara la parte comestible, fue perdiendo su capacidad de reproducirse por medios naturales. Los plátanos domesticados no pueden propagarse sin la intervención humana, que implica «la eliminación y replantación de esquejes de los vástagos (o brotes) que se desarrollan a partir del tallo subterráneo (o cormo) de la planta madura». Los plátanos reproducidos de esta manera son todos, por tanto, genéticamente idénticos.5
El plátano cruzó el Índico y llegó a África en algún momento entre el segundo y el primer milenio a. C. (soy consciente de que es un lapso de tiempo muy grande, pero así son estas cosas). De modo que, cuando los primeros europeos, es decir, los portugueses, llegaron al África subsahariana, a la costa occidental, en la década de 1470, los plátanos llevaban consumiéndose en el continente durante al menos varios cientos de años, puede que milenios. Los portugueses adoptaron la palabra «plátano» de las lenguas bantúes de África centro-occidental. Irónicamente, los europeos no conocieron los plátanos en su hogar ancestral del sudeste asiático hasta 1521, durante el famoso viaje al Pacífico del capitán de navío portugués Fernando de Magallanes (o Fernão de Magalhães en su idioma).
Los portugueses utilizaban los plátanos para alimentar a los esclavos africanos, a los que obligaban a producir azúcar en la isla de Madeira y en las islas Canarias (que fueron parcialmente propiedad portuguesa hasta 1479). Cuando empezaron a mandar africanos como esclavos a las Américas, emplearon el plátano (sobre todo el macho), junto con el arroz, como alimento básico en los barcos. En las plantaciones se animaba a los esclavos a plantar plátanos en las pequeñas parcelas que se les prestaban a fin de cultivar alimentos para complementar su escasa alimentación. En un clima adecuado, el plátano crece durante todo el año y es extremadamente productivo, con una cantidad de más de cien mil kilos por media hectárea —diez veces el rendimiento del boniato y cien veces el de las patatas— y con un mínimo de trabajo humano. Era, por tanto, el cultivo ideal para las parcelas bajo control de los esclavos, en las que los propietarios querían que estos pasaran el menor tiempo posible.
Puede que el plátano entrara en el continente americano como una pieza clave en la maquinaria de la economía de las plantaciones esclavistas, pero unos siglos más tarde se convirtió en el motor de la economía de exportación de muchos países de la región.
A finales del siglo XIX, el desarrollo de los ferrocarriles, los barcos de vapor y las técnicas de refrigeración empezó a permitir la exportación a gran escala y a largas distancias de productos agrícolas perecederos (véanse también «Centeno»,«Okra» y «Ternera»). El plátano fue uno de los principales beneficiados de ese progreso. Debido a su carácter perecedero, hasta finales del siglo XIX no era más que una fruta de lujo que se vendía en pequeñas cantidades incluso en Estados Unidos, que está bastante cerca de los países productores. Cuando la importación de esta fruta a gran escala se hizo posible, las empresas de Estados unidos, especialmente la united Fruit Company (hoy Chiquita) y su rival más pequeña, la Standard Fruit Company (hoy Dole), establecieron grandes plantaciones en el Caribe (Cuba, República Dominicana, Haití), Centroamérica (sobre todo en Honduras, Costa Rica, Nicaragua, Panamá y Guatemala) y el norte de Sudamérica (Colombia y Ecuador, que son los mayores exportadores de plátanos del mundo en la actualidad).

Cargando tren con plátano en Costa Rica
Carga de plátano Library of US Congress

Las empresas bananeras estadounidenses no tardaron en controlar la economía de esos países. En Honduras, por poner un ejemplo, la United Fruit Company (UFC) y la Standard Fruit Company controlaban los ferrocarriles, la luz eléctrica, el correo, el telégrafo y el teléfono. En la década de 1930, en Guatemala, la UFC «era el mayor terrateniente, empleador, exportador y propietario de casi todos los ferrocarriles del país». Mucha gente en los países dependientes del plátano llamaba a las compañías bananeras estadounidenses «el Pulpo», porque ejercían un férreo control sobre casi todos los aspectos de sus economías.
Ese control económico casi absoluto dio naturalmente a las compañías bananeras un altísimo dominio de la política de los países productores de plátano en las Américas.Tenían sus propias aduanas y policía,por lo que gran parte de sus negocios quedaban fuera de la jurisdicción nacional. Compraban a los políticos para garantizar las iniciativas «proempresariales». Los golpes de Estado contra los gobiernos que trataban de atentar contra sus intereses (subiendo mínimamente los impuestos, por ejemplo, u obligándoles a vender las tierras que no utilizaban o a mejorar un poco los derechos de los trabajadores) contaban con el apoyo de las empresas bananeras, reforzadas a veces por mercenarios estadounidense conocidos como «filibusteros» (término que proviene de la palabra neerlandesa que designa a los piratas). A lo largo de la primera mitad del siglo XX, los marines estadounidenses invadieron y ocuparon con regularidad algunos de esos países con el fin de proteger los intereses de sus empresas, sobre todo las bananeras.
Estas compañías adquirieron especial notoriedad con la llamada «masacre de las bananeras» en Colombia. Durante el otoño de 1928, los trabajadores de las plantaciones de la UFC se declararon en huelga, exigiendo cambios que, en su mayoría, hoy consideraríamos básicos: provisión de aseos e instalaciones médicas, pago de los salarios en efectivo en vez de cupones válidos en exclusiva para unas tiendas propiedad de la UFC que solo vendían productos a precios abusivos, tratamiento de los trabajadores como empleados en vez de como subcontratistas sin poder obtener siquiera la mínima protección que ofrecían las deficientes leyes laborales…6 Bajo la presión del Gobierno de Estados Unidos, que amenazó con una intervención militar si la huelga no se desconvocaba enseguida (lo que resulta muy creíble, dado su historial en la región), los militares colombianos decidieron ponerle fin por la fuerza el 6 de diciembre. Durante el proceso, mataron a tiros a un gran y controvertido número de trabajadores en huelga en la ciudad bananera de Ciénaga (se estima que entre cuarenta y siete y dos mil). Esa masacre quedó grabada para siempre en nuestra memoria colectiva gracias a Gabriel García Márquez, el novelista colombiano y premio Nobel, y a su obra maestra, Cien años de soledad (debo confesar que es mi libro favorito). En la novela, García Márquez hace un relato ficticio del suceso en el que más de tres mil trabajadores en huelga son asesinados, cargados en vagones de tren y sacados de la plantación bananera de Macondo, la ciudad creada por él en la que se desarrolla el libro, para borrar todas las pruebas.
El predominio de las compañías bananeras estadounidenses en Centroamérica y el norte de Sudamérica entre finales del siglo XIX y mediados del XX fue tal que se comenzó a llamar a esos países «repúblicas bananeras». El término lo acuñó el cuentista estadounidense O. Henry (cuyo nombre real era William Sydney Porter) en su cuento de 1904 «El Almirante», ambientado en Anchuria, una versión ficticia de Honduras, donde el autor había vivido exiliado en 1897. En el relato, donde se muestra la lamentable naturaleza de su Gobierno, tanto en lo financiero como en lo organizativo, O. Henry llama a Anchuria «república bananera». Medio siglo más tarde, en 1950, Pablo Neruda, el poeta chileno y también premio Nobel, popularizó el término al escribir un poema titulado «United Fruit Co.», en el que habla de «repúblicas bananeras».

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Trabajadores cortando plátano en Costa Rica / Frank G. Carpenter collection/ Library of Congress

Hoy en día, muchas personas en Estados unidos y otros países ricos conocen el término simplemente como una marca de ropa (Banana Republic), pero en su origen se creó para revelar la oscura realidad del estado de dominación casi absoluto en el que vivían las naciones pobres y en vías de desarrollo a manos de las grandes corporaciones de los países ricos. El nombre de la marca de ropa es, en el mejor de los casos, ignorante y, en el peor, ofensivo. Sería, supongo, como llamar Molinillos Satánicos7 a una tienda de venta de café hipster o Continente Oscuro a una de gafas de sol de lujo.
El fenómeno de la república bananera ilustra bien cómo las empresas poderosas de los países ricos que operan en muchos lugares —conocidas como «empresas multinacionales» (EMN) o «empresas transnacionales» (ETN)— pueden afectar negativamente a la «economía anfitriona» que recibe sus inversiones.
Pero no permitan que eso les haga formarse una opinión exclusivamente negativa de las EMN. Su presencia puede aportar muchos beneficios a la economía del país que las recibe.
La llegada de las multinacionales puede permitir a una economía más atrasada poner en funcionamiento una industria completamente nueva con la que no podría haber soñado ella sola, como cuando, en 1998, Intel abrió una nueva fábrica de montaje de microchips e hizo despegar la industria de semiconductores en Costa Rica, una de las primeras «repúblicas bananeras». O cuando las primeras empresas de semiconductores del mundo, como Fairchild y Motorola, establecieron sus operaciones de ensamblaje a mediados de la década de 1960 en Corea del Sur, hoy en día una de las superpotencias de esta industria y por entonces un país pobre en el que el ensamblaje de radios de transistores, en su mayoría con piezas importadas, se contaba entre sus tecnologías más avanzadas.

Hasta en las industrias ya existentes en la economía anfitriona las EMN pueden implantar tecnologías superiores y nuevas técnicas de gestión. Eso puede ocurrir directamente cuando los ciudadanos del país anfitrión trabajan para las filiales de las EMN como directivos, ingenieros y trabajadores y luego se cambian a empresas locales o incluso crean sus propios negocios, transmitiendo los nuevos conocimientos; pero también de forma indirecta, cuando las EMN compran insumos a las empresas locales, que aprenden a cumplir con unas normas tecnológicas y de calidad más estrictas, a veces con asistencia técnica de las propias EMN. De este modo, el hecho de que las multinacionales operen en un país puede reportar enormes beneficios potenciales. Citando esos beneficios, muchos grandes empresarios, economistas académicos y organizaciones internacionales, como el Banco Mundial y la OMC, recomiendan a los países en vías de desarrollo que acojan a las EMN con los brazos abiertos, que les ofrezcan reducciones de impuestos o incluso exenciones fiscales, que las regulen con ligereza y hasta las eximan de algunas normas locales,sobre todo en materia de trabajo y medio ambiente. Irlanda y Singapur se citan a menudo como ejemplos de países que han logrado cierta prosperidad acogiendo activamente las inversiones de las EMN, conocidas como IED (inversión extranjera directa), mediante este tipo de políticas.

El problema, sin embargo, es que esos beneficios potenciales por la presencia de las multinacionales son solo eso: beneficios «potenciales». Convertirlos en realidad requiere políticas públicas que obliguen a las EMN a comportarse de forma adecuada.

El problema, sin embargo, es que esos beneficios potenciales por la presencia de las multinacionales son solo eso: beneficios «potenciales». Convertirlos en realidad requiere políticas públicas que obliguen a las EMN a comportarse de forma adecuada.
Dado el grado relativamente bajo de cualificación que existe en los países en vías de desarrollo, las EMN recurren con frecuencia a mano de obra internacional en sus contratos para puestos directivos y tecnológicos de alto nivel. En consecuencia, los locales de los países de acogida se quedan con los de bajo nivel y con pocas posibilidades de aprender. En algunos casos, por razones políticas, las multinacionales pueden incluso llevar a su propio personal para este tipo de puestos, como es el caso de algunas compañías de construcción chinas. Dada la escasa capacidad productiva de las empresas locales, a veces las EMN prefieren importar insumos de sus proveedores habituales, de sus países de origen o de otros en los que ya han establecido redes de proveedores, en vez de probar con las «incógnitas» de las empresas locales, a las que muy probablemente habrá que enseñar algunas cosas.
El resultado es que el país anfitrión acaba teniendo «enclaves», aislados del resto de la economía, en los que las filiales de las EMN se dedican a «operaciones destornillador» (screwdriver operations), limitándose a utilizar trabajadores locales baratos para el montaje final con insumos mayoritariamente importados y comprando poco a las empresas del lugar. Si ese es el caso, puede haber algún provecho limitado a corto plazo (como los salarios de los trabajadores o empresas que venden determinados componentes poco sofisticados), pero la mayoría de los beneficios reales de la presencia de las EMN (como la transferencia de tecnologías, la exposición a mejores prácticas de gestión, la formación de los trabajadores e ingenieros en ciertas aptitudes y en tecnologías más avanzadas) no se producen.
El ejemplo más elocuente de «economía de enclave» es el de Filipinas, que, según algunos datos, es literalmente el país con la tecnología más avanzada del mundo: tiene la mayor proporción de productos de alta tecnología (sobre todo electrónica) en su cesta de exportaciones manufactureras, con un 60% (mucho más que Estados unidos, con un 20%, o incluso Corea, con un 35%), según los datos del Banco Mundial.20 A pesar de ser tan hi-tech, Filipinas tiene una renta per cápita de solo 3 500 dólares, frente a los más de 30 000 dólares de Corea del Sur, por no hablar de los cerca de 60 000 dólares de Estados Unidos. Ello se debe a que los productos electrónicos que exporta Filipinas los producen en su totalidad filiales de multinacionales que llevan a cabo operaciones «destornillador». Puede que Filipinas sea uno de los ejemplos más extremos, pero estas filiales suelen llevar a cabo operaciones de este tipo en países en vías de desarrollo.

Linea ensamblaje
Electronics factory workers, Cikarang, Indonesia © ILO/Asrian Mirza

Teniendo esto en cuenta, no es una gran sorpresa que muchos gobiernos hayan regulado las EMN para maximizar los beneficios que puedan obtener de ellas. Se ha restringido la participación en la propiedad, de modo que las multinacionales tienen que entrar en una empresa conjunta con un socio local, lo que aumenta las posibilidades de este de aprender. En los sectores clave, la cuota suele ser inferior al 50%, de modo que los locales tengan una mejor posición negociadora. Algunos países exigen a las multinacionales que transfieran cierta tecnología a sus filiales o ponen límites a los derechos que aquellas pueden cobrar por conceder licencias de sus tecnologías. A veces obligan a que contraten a una determinada proporción de trabajadores locales, o que los formen. Para maximizar los beneficios indirectos de las inversiones de las EMN, exigen que sus filiales compren más de una determinada proporción de los insumos a los proveedores locales, lo que se conoce como «requisito de contenido local». Estas políticas se han utilizado ampliamente —y con éxito— en países como Japón, Corea del Sur, Taiwán y Finlandia entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la década de 1980.
Los casos de Corea y Taiwán son especialmente interesantes. Para atraer a las multinacionales, ofrecieron en un principio exenciones fiscales e incluso la suspensión parcial de la ya débil legislación laboral del país en sectores que no requerían altas tecnologías (prendas de vestir, juguetes de peluche, zapatillas de deporte, por ejemplo). Eso sí, en contra de lo que suele creerse, impusieron todo tipo de regulaciones para que las inversiones de las EMN se dirigieran a las industrias de alta tecnología, como la electrónica y la automoción, y hacerse así con la mayor cantidad posible de técnicas y competencias. Gracias a esas políticas, Corea y Taiwán cuentan hoy con algunas multinacionales como Samsung (Corea) y TSMC (Taiwán) para la producción de semiconductores, LG (Corea) para la fabricación de pantallas y Hyundai-Kia (Corea) para la de automóviles. China ha hecho progresos semejantes en las últimas décadas, aunque su enorme mercado doméstico (al que la mayoría de las multinacionales se mueren por acceder) le ha dado tal capacidad de negociación que gran parte de la transferencia de conocimientos se ha producido por medio de negociaciones informales con las distintas compañías, en vez de a través de una legislación formal, como en los casos de Corea y Taiwán.
Incluso Irlanda y Singapur, países que la mayoría de la gente presupone que se han beneficiado económicamente por ser poco estrictos con las multinacionales,en realidad lo han hecho gracias a ciertas políticas públicas (sus ubicaciones estratégicas —la pertenencia de Irlanda a la unión Europea, la localización de Singapur en el núcleo clave del comercio internacional— también han ayudado). Sus gobiernos se hicieron a un lado y ofrecieron apoyos a la carta a las multinacionales cuya intención era invertir en industrias de alta tecnología, como la electrónica o la farmacéutica, antes que esperar a que una multinacional de un sector cualquiera apareciera e hiciera lo que quisiera. En el caso de Singapur, el Gobierno ha aprovechado su posición como principal arrendador del país (al ser propietario de casi el 90% de la tierra) para atraer a las industrias de alta productividad, ofreciéndoles buenas ubicaciones con alquileres razonables.
El plátano es la fruta más productiva del mundo. Pero esa productividad, mal empleada, ha dado lugar a resultados muy negativos. Al principio se utilizó para mantener con vida a los esclavos en las Américas con un coste mínimo para los dueños de las plantaciones. Más tarde se convirtió en la causa de la explotación laboral, la corrupción política y la invasión militar internacional en muchas economías circundantes al mar Caribe.
Las multinacionales son así. Al igual que los plátanos, muchas de ellas son altamente productivas. Sin embargo, si se utilizan de forma incorrecta, el país anfitrión acaba convirtiéndose en una «economía de enclave», cuando no en una «república bananera». Solo cuando existen políticas públicas que garantizan la máxima transferencia de tecnologías, formación de los trabajadores y prácticas de gestión las economías de acogida se ven realmente beneficiadas por la presencia de las EMN.

Economia comestible

  1. En honor, respectivamente, al poeta chino del siglo xi Su Dongpo, del chef italoamericano de principios del siglo xx Cesare Cardini y del chef mexicano de mediados del siglo xx Ignacio «Nacho» Anaya. ↩︎
  2. En honor, respectivamente, a Arthur Wellesley, el primer duque de Wellington,el general británico que venció a Napoleón en Waterloo; la reina Margarita, la primera soberana de la Italia unificada (desde 1871); y Nellie Melba, la soprano australiana de finales del siglo XIX. ↩︎
  3. Con jalea me refiero aquí a la confitura elaborada tras filtrar la pulpa de la fruta después de la cocción inicial. ↩︎
  4. Casi todos (el 95%) los plátanos comercializados internacionalmente (y sobre la mitad de todos de los plátanos producidos en el mundo) son de una sola variedad, la cavendish, a pesar de que hay más de mil. Esta variedad, desarrollada a mediados de la década de 1830, lleva el nombre de William Cavendish, sexto duque de Devonshire. Pero no la creó él mismo: fue Joseph Paxton, su jardinero jefe y amigo, quien lo hizo. Paxton llamó a la nueva variedad de plátano Musa cavendishii (Musa es el género que incluye varias especies de plátano) en honor a su patrón y amigo, ya que la desarrolló en el invernadero de Chatsworth House, Derbyshire, la sede del ducado de la familia Cavendish (no me pregunten por qué la sede del duque de Devonshire está en Derbyshire y no en Devonshire —o Devon—; las curiosidades y rarezas en el mundo de la aristocracia británica no tienen fin). ↩︎
  5. Lo que significa que, en comparación con otros cultivos, el plátano puede llegar a ser genéticamente homogéneo muy rápidamente, sobre todo en un entorno comercial en el que la rentabilidad es lo más importante. Aun así, el limitado acervo genético resultante dificulta el control de sus enfermedades. En la actualidad, existe la preocupación de que el plátano cavendish, que representa el 95% de los plátanos comercializados internacionalmente, pueda desaparecer a causa de la llamada «enfermedad de Panamá», causada por un hongo que provoca el marchitamiento del árbol. La industria bananera se encuentra en esta situación por haber caído en el error histórico de reducir la diversidad genética en busca de beneficios. La propia cavendish es una variedad de sustitución que apareció en la escena comercial en los años cincuenta, cuando la gros michel, que hasta entonces había sido la variedad absolutamente dominante, desapareció a causa de una cepa previa de la enfermedad de Panamá (la cepa TR1, o Raza Tropical 1, en contraposición a la actual TR4). ↩︎
  6. Por lo que la Gig economy (economía de agentes libres) no se inventó en Silicon Valley. ↩︎
  7. Frase tomada de la introducción de «Milton a poem» (1808) de William Blake donde se pregunta si en Inglaterra «was Jerusalem builded here Among these dark Satanic Mills?» y que hace referencia a las fábricas de los inicios de la Revolución Industrial, a la que acusa de la destrucción de la naturaleza y de las relaciones humanas. (N.E.) ↩︎

Nacido en Corea del Sur, Ha-Joon Chang es especialista en economía del desarrollo y profesor en la Universidad de Cambridge. En 2005, Chang obtuvo el premio Wassily Leontief por avanzar las fronteras del Pensamiento Económico. Entre otros libros es autor de Kicking Away the Ladder: Development Strategy in Historical Perspective (2002), que ganó en 2003 el premio Gunnar Myrdal, y de 23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo (Debate, 2011)