Hace veinticinco años que Leticia es vecina del centro de Mazatlán, justo en el sector que conecta la zona de Playa Norte del malecón con el Centro Histórico, ahí donde cada vez más hay más demoliciones de casas para convertirlas en desarrollos residenciales. Entre noviembre y abril, le gusta venir los sábados por la mañana a la Plazuela Zaragoza, localizada a un par de cuadras de su casa, para escuchar la música en vivo que acompaña al mercado orgánico fundado por una periodista californiana que, tras su retiro, decidió instalarse en el puerto hace más de diez años. Aquel medio día descansaba en la única banca con sombra en la plazuela, al igual que yo. Me contó que, aunque venía seguido, solo una vez había comprado miel en el mercado y algunas veces pan, «si yo también ganara en dólares, sí vendría aquí a comprar más cosas, porque se ven muy buenas».

A partir de la popularización del nomadismo digital, incrementado durante la emergencia sanitaria a causa de la covid-19 —en la que la posibilidad del trabajo remoto favoreció la movilidad internacional de habitantes del norte global a países del sur global—, se ha vigorizado el debate sobre los efectos que tiene este fenómeno en las comunidades de llegada. La gentrificación, turistificación, el derecho a la ciudad y otras categorías —mayormente situadas en la academia, el activismo y las organizaciones de la sociedad civil—, empezaron a ser utilizadas en otras arenas para nombrar y comprender algunas de las causas que están aumentando la desigualdad y restricción en el acceso a vivienda, productos, servicios y espacios públicos para las personas residentes de las localidades a donde inmigran personas con mayor poder adquisitivo.
La alimentación es uno de los ámbitos que permite entender mejor cómo las transformaciones urbanas generadas por este fenómeno aumentan las desigualdades.
La gourmetización de las ciudades y la gentrificación alimentaria mediante el cambio en la oferta de productos y servicios son algunos de los tantos efectos que lo pueden atestiguar. También queda en evidencia una modificación —cada vez más visible— en el cambio estructural de los paisajes alimentarios1 de las comunidades que son atravesadas por este fenómeno.
Cuando se analiza la relación entre las migraciones y la alimentación, suele darse por sentado que quienes se desplazan intentan mantener sus maneras de comer en la comunidad a la que llegan y que, paulatinamente, van incorporando nuevos alimentos propios del lugar de acogida, modificando así sus patrones alimentarios.
Estos procesos no son sencillos, involucran un despliegue de resistencias y negociaciones individuales y grupales, en el que finalmente se da un proceso ineludible de transculturación alimentaria2. Por ello, se asume la idea de que, la persona que llega a una nueva comunidad, se ubica en un lugar de subordinación y desventaja frente a quienes son ya habitantes locales. Pero, ¿qué pasa cuando las personas recién llegadas cuentan con una mayor capacidad adquisitiva que buena parte de la gente que reside en las comunidades de llegada? ¿Cómo se reajustan los sistemas y paisajes alimentarios de dichos entornos con el arribo de migrantes cuyas posibilidades económicas pueden revertir las desventajas estructurales que supone la migración en términos alimentarios?
Regresando al punto de inicio de este texto, en México el fenómeno de la llegada y arraigo de migrantes extranjeros con alto poder adquisitivo se registra de manera sistemática desde antes de la contingencia sanitaria de 2020. Localidades como San Miguel de Allende en Guanajuato y Tulum en Quintana Roo son ejemplos emblemáticos. Con la irrupción del nomadismo digital, colonias como la Roma, Condesa y la Juárez en Ciudad de México catapultaron este patrón. Sin embargo, también se puede atestiguar este fenómeno en otras localidades, con diferentes pulsos e intensidades en cada una de ellas. Me ocuparé aquí del caso de Mazatlán, Sinaloa: un puerto con una gran vocación turística y comercial fuertemente arraigada, que en 2022 recibió casi cuatro millones de turistas, según datos de la Secretaría de Turismo del Estado.
Mazatlán entre el turismo y la migración
A pesar de la fuerte predilección de turistas nacionales por el puerto, que lo han posicionado como uno de los destinos de sol y playa más visitados debido a su accesibilidad y al número de atractivos turísticos, desde hace un par de décadas otro fenómeno de movilidad coexiste con el turismo tradicional: la migración circular de adultos mayores procedentes de Estados Unidos y Canadá que deciden instalarse cada año entre tres y seis meses para sortear la época invernal en sus países de origen.
A pesar de que históricamente Mazatlán ha albergado turistas extranjeros, no fue sino hasta hace un par de décadas que los llamados snowbirds —se les denomina así, «pájaros de nieve», porque su llegada recuerda el fenómeno de las aves migratorias que llegan a lugares más cálidos a pasar el duro invierno del norte— empezaron a arraigarse en la ciudad.
Aunque la mayoría realiza una estancia temporal que suele abarcar la mitad del año —entre septiembre y abril—, cada vez es más común encontrar a personas que deciden instalarse de manera definitiva en el puerto.
Mazatlán tiene definida claramente la zona turística, que corre a lo largo del litoral, y que abarca la zona Dorada, la Avenida del Mar, el Nuevo Mazatlán o la zona Cerritos, el Centro Histórico y Olas Altas. Es en estos dos últimos sectores donde puede percibirse un proceso de recomposición poblacional, pues allí suelen instalarse la mayoría de las personas jubiladas de origen estadounidense y canadiense. No es coincidencia, a principios de siglo empezó un proceso de renovación del Centro Histórico de la ciudad, auspiciado por el municipio, el Estado y empresarios locales, en el que se promovió a esta zona como uno de los atractivos más importantes de la ciudad. Poco a poco, se empezó a remodelar fincas regias, se repavimentó la vía pública, se estableció un circuito de corredores peatonales y jardines y se instaló iluminación escénica en las calles circunvecinas, entre la Plazuela Machado y la emblemática área del malecón llamada Olas Altas.
Esta intervención urbanística también sentó las bases para que se revitalizara la oferta gastronómica con restaurantes de alta cocina: marisquerías que recuperan preparaciones tradicionales pero reinterpretadas con técnicas culinarias sofisticadas, restaurantes que ofrecen cocina internacional con productos premium, barras de café de especialidad y bares que ofrecen coctelería «de autor» empezaron poco a poco a dinamizar la zona que conecta el Centro Histórico con el malecón, mientras que los alrededores también se han convertido en espacios comerciales, culturales y de ocio para personas con alta capacidad adquisitiva.

Casi por inercia, el precio de las rentas de esta zona se encareció significativamente y empezaron a emerger casas y departamentos que se alquilan por semanas o meses, cotizados en dólares, y que están dirigidos a turistas de doble residencia. Tan solo en 2022 el alza en el precio de la vivienda en Mazatlán tuvo un aumento de 12.9%, mientras el incremento promedio en el territorio mexicano fue de 8.9% —según el Índice SHF de Precios de la Vivienda en México—.
También es perceptible el desplazamiento paulatino de los residentes de antaño del Centro Histórico hacia otros sectores de la ciudad, por la presión inmobiliaria y el encarecimiento de los bienes y servicios en el sector.
Todo lo anterior ha hecho más visible la presencia del enclave de snowbirds en la zona renovada del Centro Histórico3.
Lo que hace aún más particular el caso de Mazatlán es que el fenómeno descrito parece coexistir de manera sincrónica con el turismo nacional, que prefiere disfrutar de las playas y la oferta de servicios dispuestos junto a la sección del malecón que compone la Avenida del Mar y buena parte del Paseo Claussen. Lo anterior podría obedecer a que los visitantes nacionales tienen predilección por la combinación de mariscos, banda y cerveza que tiene como marco la zona de la playa y no necesariamente las áreas que componen la zona renovada del Centro Histórico. También, influye que la oferta de hospedaje y alimentación resulta más diversa y accesible para el turismo nacional en otras áreas de la zona turística.
La diversificación del consumo alimentario originado por la migración
La llegada y arraigo de migrantes temporales que provienen de Estados Unidos y Canadá también ha favorecido un cambio visible tanto en la oferta gastronómica como en los puntos de aprovisionamiento alimentario. Cada vez es más frecuente encontrar iniciativas hipersectorizadas para satisfacer las necesidades de este tipo de consumidores. Un ejemplo bastante ilustrativo es el Mercado Orgánico de Mazatlán, una iniciativa autogestiva generada por una periodista estadounidense jubilada que se afincó de manera permanente en el puerto y que deseaba replicar los farmer markets de California.
Desde hace doce años, el Mercado Orgánico se dispone entre noviembre y abril en la Plazuela Zaragoza, un punto estratégico del que representa también un lugar importante de la transformación barrial que se le ha dado a esta zona.
El mercado se ha convertido en un centro de abastecimiento alimentario y de congregación recurrente de personas jubiladas extranjeras que radican en el puerto durante esta temporada y, en mucho menor medida, por integrantes de la comunidad local que buscan otras opciones más saludables de alimentación.
Aunque este tipo de iniciativas dinamizan las cadenas de producción y de suministro de alimentos al acortar la distancia entre productores y consumidores —lo que favorece mayor beneficio para ambas partes—, también es cierto que el alto costo de los productos que se comercializan en el Mercado Orgánico restringe el acceso a estos alimentos a habitantes del puerto con menos poder adquisitivo. En el Mercado Orgánico se encuentran productos del campo cosechados en los alrededores de Mazatlán que pueden ser catalogados como «de especialidad» y que no se comercializan en otro lado, ya que están dirigidos a estos nuevos habitantes:
Pak choi (bok choy), plátano thai, rábanos sandía, pimientos de padrón y más de diez variedades de jitomate, como el San Marzano y heirloom4, entre otros.
Otro ejemplo que ayuda a situar los efectos de la instalación y arraigo de migrantes del norte global en el Centro Histórico de Mazatlán es el cambio de los comercios que anteriormente estaban dirigidos a la población que habitaba esa zona de la ciudad y que decidieron cerrar o captar otro tipo de clientes. Gelaterías, joyerías, oficinas inmobiliarias y puntos de venta de «productos norteamericanos» ya empezaron a desplazar a pequeños negocios como tiendas de abarrotes, fondas y lavanderías.

Lo que se vive en Mazatlán permite aguzar la mirada para entender de manera más profunda la compleja relación entre el fenómeno alimentario y la migración. Cuando se migra, el comer se convierte en uno de los anclajes culturales más fuertes que tienen las personas migrantes con sus comunidades de origen.
A menudo se tiene mayor interés en analizar el despliegue de estrategias para mantener el continuum alimentario desde la mirada de quienes se movilizan y las dificultades que ello conlleva, pero poco se discute sobre los efectos en la comunidad de llegada, más allá de los encuentros culturales que se provocan con la migración.
Ante el panorama actual que permite la movilidad de personas con mucho mayor facilidad, conviene poner también en perspectiva la otra cara de la moneda: tener en consideración aquellas migraciones que se trasladan más por deseo o privilegio que por necesidad, para evaluar con mayor diligencia la compleja relación que se gesta en la recomposición poblacional cuando una ciudad es atravesada por la migración y el turismo, y sus efectos en la alimentación. Los retos son mayúsculos, sobre todo, cuando las acciones estatales parecen privilegiar el interés de turistas y nuevos habitantes sobre los de los residentes de antaño, bajo la narrativa del desarrollo local.
El caso de Mazatlán ayuda a poner en perspectiva la necesidad de gestionar de manera más incluyente los sistemas alimentarios contemporáneos urbanos ante fenómenos de movilidad como la migración y el turismo. Ante el desplazamiento continuo de personas como una característica de las sociedades contemporáneas, queda el gran desafío de articular sistemas alimentarios más resilientes, pero sobre todo, más justos para todos los sectores de la población.
- Se trata de un paisaje conceptual que dibuja las relaciones dinámicas entre los alimentos, sus métodos de producción, comercialización, consumo y sus relaciones sociales. Esto implica espacios y lugares donde se desarrollan esas relaciones que, a su vez, son moldeadas por factores sociales, económicos, políticos, culturales y personales, entre otros (N.E). ↩︎
- Sin embargo, esta acepción resulta cada vez más problemática debido a que, gracias a la globalización, los flujos de mercancías e información han permitido «trasplantar» las culturas alimentarias en los entornos de llegada. ↩︎
- Las investigaciones de Tania Ceballos (Los desafíos del turismo en Mazatlán. Hacia una nueva estrategia de desarrollo local, 2021) y Marianne Brito (La transformación del espacio, el turismo y los problemas urbanos de Mazatlán, México, 2022) estudian con mayor profundidad el fenómeno de la gentrificación y turistificación del Centro Histórico de Mazatlán.
↩︎ - Se denomina planta hierloom (vestigial en España) a una antigua variedad de una planta comestible que cultivan y mantienen jardineros y pequeños agricultores, sobre todo en comunidades aisladas del mundo occidental. Es común que dichas plantas hayan sido de consumo habitual en épocas anteriores de la historia de la humanidad, pero la agricultura moderna a gran escala las ha desechado, principalmente frente a variedades más productivas para el mercado, lo que no siempre implica de mayor calidad o beneficio para las y los consumidores.
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Es Profesor Investigador de la Universidad Autónoma de Occidente y la Universitat Oberta de Catalunya. Se interesa en los estudios críticos sobre alimentación, cultura y sociedad. Es doctor en estudios de la alimentación por la Universidad de Barcelona. Forma parte del consejo asesor de la Cátedra UNESCO sobre Alimentación, Cultura y Desarrollo. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores.
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